El pulso de la vida, más allá del cuerpo

Querido Diario:

Qué difícil resumir en algunos renglones todo lo que estuve atravesando estos últimos días. Inclusive hay cosas que creo no termine de integrar, y que como todo proceso van a ir decantando a lo largo del tiempo.

Seguir mi corazón está siendo uno de los desafíos más hermosos de mi vida y que me está permitiendo ver lo increíble que es la vida y claro que esto tiene que ver con el nivel de conciencia con el que hoy estoy viviendo.

Un jueves por la mañana internaron al marido de mi abuela. Ese mismo día por la tarde lo llame a mi marido y le pedí que me llevara a lo de mi abuela para quedarme con ella que se había quedado sola. Lo sentí así. Y hoy mi prioridad es respetar lo que voy sintiendo desde el corazón. ¿Y como sé que es desde el corazón y no es mi cabeza? Porque no hay vueltas, no hay cuestionamientos, no hay reflexiones. Lo siento y lo hago. Ese impulso de lo tengo que hacer, me indica que es la decisión correcta. No significa que identificarlo sea siempre fácil.

Yo quería ir con mi hija, pero 10 minutos antes de irnos se durmió. Mi abuela la ama y se pone feliz cada vez que la ve. No sabía si dejarla durmiendo o llevarla dormida, dudé. Y mi suegra me dijo deja que duerma. La dejé. Es que el universo sabe mejor que nosotras mismas lo que necesitamos en cada momento, y nos envía a esas personas en el momento justo con la palabra o el gesto justo. Solo tenemos que aprender a ver.

Llegue a la casa de mi abuela y todo el tiempo me repetí que privilegio regalarme este momento. Mi familia es grande y estar solas a veces es difícil, siempre hay alguien más. Estábamos solas las dos charlando, tomando un té y mimándome con algo rico que buscó en todas las alacenas para respetar mi alimentación libre de harinas y azúcar.

Siempre que me quedo con ella solas, charlamos y aprendo un poquito más de ella, de su vida, de su manera de sentir. Y ahora de grande y con el nivel de conciencia con el que estoy viviendo aprovecho para admirarla y hacerle preguntas de cosas que quiero saber. Y ella responde sin problema. Y es como si fuera poniendo piezas de mi propio rompecabeza, cada vez que me cae una ficha nueva.

Eran cerca de las 18hs., entra uno de mis primos y después le manda una foto de su hija, otra de mis primas. Me la muestra, nos reímos porque mi abuela te clava el visto. Entonces le propongo filmarla, ¡dalee contestale a Guille lo que te pregunto yo te filmo!, le dije.

Nos empezamos a reír, mientras la filmaba aparece una llamada de mi mamá. “Hola Ma”, “Hija no le digas nada a la abuela ahora va a ir el tío a buscarlas, pero el médico nos pidió que la trajéramos para despedirse, no sabemos si Pepe pasa la noche”.

Nos estábamos riendo y de repente, apague el celular. Abuela nos van a venir a buscar porque nos dejan entrar, ¿Te querés ir cambiando?

Yo creo que sospecho algo, pero no me dijo nada. Fue a la habitación y volvió, me dijo “mejor anda vos, porque no nos van a dejar entrar a todos” ¿tenía miedo? seguro que sí. “Abue como voy a ir yo, sos prioridad, tenés que ir vos”. ¿La convencí? no lo sé, se dio vuelta y se fue a cambiar.

Llegó mi tío, le contó. En ese momento yo creí que mi abuela no estaba siendo consciente de la situación. Porque nos miró y nos dijo “Yo quería llevarle esta camiseta que le lavé”. Pero más tarde entendí que ella confiaba en que su marido iba a estar bien. Lo confiaba en lo profundo de su corazón.

Directo a terapia intensiva, nunca había entrado a una terapia y la verdad la de este hospital creo no era la mejor en cuanto a edificación. Esperas eternas, parados, sentados. Calor asfixiante, típico de hospital, el olor, la gente, la tristeza en los pasillos.

¡Ya pueden entrar, solo de a dos!. Y ahora que pienso cuando yo entre, eramos tres y recién ahora me estoy dando cuenta. Entre con mi prima y mi primo. Un pasillo no muy largo con diferentes habitaciones separadas, en cada una de ellas una persona internada con su propia historia. Con familia y amigos afuera esperando que pase cada día. Con esperanza, con ilusión, con tristeza. Llegamos a la habitación 6 ¿o quizás la 5? no recuerdo el número bien.

Y estaba ahí, hay historias de amor que nunca mueren, que son demasiado fuertes y que al final siempre te terminan encontrando. Pepe no es mi abuelo, es el marido de mi abuela. Se casaron de grandes. Pero fueron novios de jóvenes, luego cada uno hizo su vida. Y más tarde cuando los dos estaban solos se volvieron a reencontrar, hasta el día de hoy creo que casi 30 años pasaron desde ese mensaje que Pepe se animó a enviar. El fue nuestro abuelo, porque al papá de mi mamá casi que ni ella lo conoció, una historia larga que no es momento de contar.

Ahí estaba, después de un infarto y un paro cardíaco. Respirando pésimamente mal, sus pulmones con agua y sus riñones no funcionaban. Yo no hable, no podía. ¿Qué iba a decir? ¿Me tenia que despedir? Pero si estaba ahí, vivo. Y nos estaba escuchando, porque cuando mi prima le hablaba él se movía. Estaba sedado, pero nos escuchaba. Cómo me iba a despedir. Si esta vivo. Lloré. Y salimos. Quedaban más personas por pasar.

Nos fuimos todos cada uno a su casa, me baje del auto y le dije a mi mamá: hoy dejo el teléfono con sonido, no importa la hora si te llaman me llamas.

Dormí toda la noche, me levante, Pepe había pasado la noche. Me fui bien temprano con mi mamá hacerle compañía a mi abuela. A las 11hs. al hospital, tocaba el parte. Entramos, éramos 6 o 7 no recuerdo exacto y dos médicos. Había una pequeña luz de esperanza, había pasado la noche y estaba respondiendo bien. Pero la situación aún seguía siendo grave.

Como te conté somos una familia grande y en cada visita no éramos menos de 7 creo que llegamos a ser 10 o más. Y entendía el poder del amor y de la familia. De la tribu que empuja y acompaña, que sin importar las diferencias que las familias pueden tener, cuando hay que empujar y acompañar el amor que se siente es de un poder que no se puede ni imaginar.

Y a decir verdad, su manera de aferrarse a la vida y la tribu que lo acompaño creo que lo salvo, porque los médicos no lo esperaban. Cada día mejoraba. Y hoy ya está en un hospital en habitación común e inclusive programando su intervención para que le pongan ese “cosito” que necesitaba en el corazón.

Estábamos todos sorprendidos, como paso de estar un día al borde de la muerte y al otro haber prácticamente renacido con 85 años y un cuerpo que no daba más. Y es el que el pulso de la vida va mas allá del cuerpo. El alma, el espíritu estaba ahí luchando por quedarse. Y el cuerpo no tuvo más remedio, que irónica esta palabra, que ponerse a funcionar para darle lugar a ese poder interno, a esas ganas de vivir.

Cuando entre a verlo que ya estaba sin máscara de oxígeno y podíamos conversar, lo primero que menciono fue que él todavía no se quería morir, tenía cosas por hacer, aun tenía pendientes que quería cumplir. Nada había más importante que sus deseos por cumplir.

Cuantas veces postergamos eso que tanto deseamos por cosas efímeras, por ese afán de sobrevivir o de correr una carrera que no nos va a llevar a ningún lugar, o quizás sí a la terapia intensiva de un hospital.

El sábado por la noche, otra noticia que no esperaba, la mamá de un amigo de mi hijo infarto de corazón, terapia intensiva. 40 años. Al principio shock, no entendía. ¿Cómo podía ser? Un hijo de 9 años y uno de 3. Me costó integrar la noticia. La verdad fue de esas noticias que te pegan mal, que por un ratito te hace knock out.

Reacción fue lo primero que salió. Pero a medida que pasaban las horas, decidí transformarlo en respuesta. Es decir, en vez de reaccionar hacia esa situación, y que mi energía se dirigiera hacia lo externo, decidí preguntarme porque una noticia como esa me desestabilizó emocionalmente. Obvio, es una persona muy cercana con la que tengo muy buena relación. Pero había miedo. El miedo a ser yo la que estuviera en esa situación. Porque podía serlo. ¿Si me pasara algo así, qué sería de mis hijos? ¡Si me pasara algo así, aun me queda mucho por vivir! Si me pasara algo así, aún tengo muchas cosas que quiero hacer.

Y una vez mas vinieron a mi dos frases que intento tener siempre presentes “La vida es un instante” y “Somos una vez en la vida”

Cada día de nuestra vida es para vivirlo como si fuera el último, porque nadie sabe cuándo será nuestro último día y no tenemos todo el tiempo del mundo.

Hoy estoy demasiado agradecida con el nivel de conciencia con el que estoy viviendo, pero aún voy por mucho más. Sin embargo, es un trabajo diario recordarnos que vinimos a VIVIR y no a sobrevivir. Es un trabajo diario recordarnos que no podemos dar por hecho todo, que no pasemos de alto un abrazo, un beso, un gracias, unas palabras, una atención, un detalle. Que no pasemos por alto ver la salida del sol, mirar las estrellas, mirar la luna, escuchar el mar o el canto de los pájaros. Que no pasemos por alto a las personas que tenemos a nuestro alrededor y nos acompañan cada día. Que no creamos que todo eso es para siempre y que todo esta asegurado en nuestra vida. Que no nos pasemos por alto a nosotras mismas.

¿Porque trabajo tanto en mi desarrollo personal y en elevar la conciencia con la que vivo cada día? Porque quiero aprender a vivir cada día, como si fuera el último. Quiero llenarme de experiencias, de recuerdos, de momentos, me quiero llenar de vida.

Para que cuando el día de mi muerte llegue, porque también es parte de la vida, solo me quede agradecer por haber vivido y no solamente haberme dedicado a existir sin más.


Con mucho amor,

MICA